La empresa de Inglaterra, el Imperio y un mito fundacional.
Aquí, Legado Hispánico conmemora uno de los episodios más fascinantes habidos en la historia de la Edad Moderna, tanto por el ambicioso plan que sustentó la empresa en su momento como por la descomunal proyección de propaganda que se ha volcado sobre las mentalidades colectivas de los estados europeos, especialmente las dos naciones implicadas: España y Reino Unido. Este episodio es el de La Armada Invencible.
El contexto
Al inicio del tercer tercio del s.XVI la hegemonía española ganada a Francia y al Imperio Otomano se vio amenazada por las constantes políticas de agresión firmadas por Isabel I: una serie de directrices basadas en recurrentes acciones piráticas que se volcaban en atacar puertos clave de la logística comercial española, así como sus flotas del tesoro. Ataques en los que intentaron involucrar igualmente a los bereberes para sangrar el bajo vientre castellano desde Gibraltar y que tuvieron, en el pacto con los rebeldes flamencos de 1585, el broche de tan calculada marrullería. Años antes, cuando Felipe II se anexionó los dominios de Portugal, Isabel I ya había mostrado su total antagonismo hacia España poniendo sus fuerzas al servicio del pretendiente luso: el Prior de Crato. Con este compromiso, Isabel I suministraba liquidez a las Provincias Rebeldes (con Holanda y Zelanda a la cabeza) para alimentar su secesión respecto a la Monarquía Española, pidiendo a cambio tener posiciones en suelo continental (Brielle y Flesinga). Inglaterra sabía que Flandes podía convertirse en una hidra depredadora de recursos humanos y materiales para nuestra Monarquía y actuó a tal efecto.
En este teatro bélico, con el plan de invasión tomando cuerpo y con una Europa sumida cada vez más en una agreste polarización religiosa, se dio una circunstancia que sacudió conciencias y aceleró los planes de Felipe II: la ejecución de María Estuardo. Un asesinato que representó toda una afrenta al catolicismo y que, como defensora del dogma trentino, España no podía dejar sin respuesta.
Para llevar a cabo el plan para descabezar el trono inglés, a comienzos de 1586 Felipe II sopesó la idea que su Almirante D. Álvaro de Bazán le había expuesto con todo lujo de detalles. Un plan ambicioso con unas proporciones gigantescas y en cuyo vastísimo coste iban incluidas 700 naves y 100.000 efectivos humanos. La idea inicial no convenció del todo al Rey y la traza se mezcló con otras aportaciones dadas por Alejandro Farnesio, Zúñiga o Juan del Águila. Como es sabido, el proyecto final incluyó un trasvase en el Canal de los Tercios afincados en Flandes.
Mientras se ultimaban los preparativos para que la flota partiera de Lisboa, Bazán falleció enfermado de tifus, confiriendo entonces Felipe II el mando de la Empresa a Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, sobre quien injustamente arrecieron las críticas en posteriores estudios sobre la campaña de Inglaterra.
El plan para la operación pasó por preparar multitud de naves de diversa índole, ya que hubo que dar la más óptima de las soluciones a diferentes aspectos de la campaña: transporte, combate, exploración, apoyo en el desembarco, comunicaciones, etc; y a tal efecto se fueron organizando las diferentes escuadras y flotas de la Monarquía: desde la del Mar Océano hasta la de la Indias, alistando también divisiones adscritas a los reinos de la península italiana y otros rincones del Mediterráneo. Aprestados en Lisboa quedaron 19.000 hombres a los que, según los planes, tendrían que haberse unido las fuerzas acantonadas en las playas y muelles de Flandes en número de 27.000 tras partir.
Finalmente la flota levó anclas un 30 de mayo de 1588 con destino a La Coruña para reabastecer sus provisiones, debido a la demora sufrida hasta que salió del puerto luso. Pero un fuerte temporal diseminó las naves y forzó de nuevo el tiempo de navegación y avituallamiento. Reunidos todos los efectivos el 22 de julio, previa bendición, partía en el horizonte la Armada a su destino con más de una veintena de enormes galeones, urcas, naos, galeazas, barcos de enlace y así un largo índice.
Hasta el 31 de julio no se verían las caras ambas flotas, la española y la inglesa, en aguas cercanas a Plymouth. Allí se dieron escaramuzas con fuego de largo alcance y con algunas bajas tanto entre los atacantes como entre los perdiendo España además accidentalmente dos naos: la Nuestra Señora del Rosario y el San Salvador.
Hasta Gravelinas (6 de agosto de 1588) se sucedieron otros encuentros en alta mar: los de Portland Bill, St. Adhelm e Isla de Wight, donde se dieron persecuciones mutuas, reordenamientos de flota tras los ataques de fuego abierto y principios de abordaje. Los ingleses procuraron mantenerse lejos de la flota española, sabiendo que en fuego de corto alcance y con la infantería lista para el abordaje estarían completamente a merced. Mientras seguían llegando avisos a Farnesio cuyas fuerzas, de haberse cumplido los plazos establecidos, deberían de haber embarcado en Dunkerque hacía ya días.
En la madrugada del 8 tuvo lugar el ataque de los brulotes: naves incendiarias lanzadas por los ingleses aprovechando el viento a favor. Las naves españolas cortaron cabos para rehuir la acometida con la esperanza de volver a la formación, algo que fue imposible por las fortísimas corrientes en contra. Las maniobras fueron complejas y había que evitar además los arenales y bajos fondos de la costa flamenca. Algunos navíos españoles chocaron entre sí para sortear los brulotes, pero el grueso de la flota con los enormes galeones y artillados a la cabeza volvieron con prontitud a su posición para formar una cortina defensiva con la que contestar al fuego y la rapiña inglesa, en tanto que los barcos dispersos eran rescatados por las naves de socorro y enlace. Horas más tarde la flota mantenía la moral alta. Incluso naves con un sinnúmero de heridos y más castigadas, como “La Ragazona”, seguían sin atisbo de rendirse y en formación.
Felipe tenía muchas razones para atacar a Inglaterra, pero su decisión de hacerlo fue en última instancia moldeada por el ideal de una guerra justa. Los pensadores del período idealizaron la lucha en nombre de una buena causa. Y así, Felipe decidió vivir a la altura de ese ideal, al invadir una nación peligrosa y blasfema, para devolverla a la legalidad y a Dios.
Se sabe que La Armada superó en ese choque los 600 muertos. Y, aunque los enemigos siempre intentaron ocultar las suyas (práctica habitual), un despacho del mando inglés dejó por escrito: “28 bajeles muy mal tratados y a Pechelingas (Flesinga) 32 y en peor orden y con poca gente y que era muerta otra mucha muy particular y su piloto mayor; que la Reina había hecho publicar un bando que nadie fuese osado en todo su reino a decir el suceso (éxito) de la Armada”.
Días después de Gravelinas se sucedieron consejos de guerra y reuniones entre los diferentes oficiales españoles para dirimir qué hacer: si volver a entablar combate (a lo que los ingleses tampoco parecían predispuestos) o volver a España. Ganó la última, sin ser la opción preferida de Sidonia pero sí de otros grandes capitanes como Recalde.
Tan pronto como pusieron rumbo de regreso la orden expresa fue la de retornar a toda vela, aún a riesgo de separar la fuerza de la formación. Howard y Drake, vigilantes, sin apenas víveres, con severos daños y desconociendo los planes de los españoles, deciden dar orden de abandonar el Canal.
A finales de agosto Felipe II recibió la primera carta en la que se informaba de los contratiempos sufridos en la Empresa. En septiembre La Armada entró en aguas irlandesas. Durante más de un mes la parte de la flota que no alcanzó las costas españolas se vio sometida a un azote climático extraordinario y cruel. Veinte naves naufragaron irremisiblemente provocando un estrago que ningún combate podría haber igualado.
Conforme se fueron conociendo más pormenores de lo acontecido en el Canal Felipe II, dando previas gracias a Dios «porque no fue peor el suceso”, no perdió tiempo en ponerse a organizar una segunda expedición. Lo que el Rey no imaginaba es que al año siguiente Isabel sufriría un vastísimo desastre al intentar aprovechar la “supuesta” debilidad española en tanto se recomponía la Hacienda de la Corona. La Contraarmada inglesa se estrelló sin paliativos en La Coruña, Lisboa y Cádiz dando muerte al 70% de sus hombres (más de 5.000 almas).
Ésta es en pinceladas generales la historia de la Armada. Nadie ganó aquel choque pero la guerra se decantó a favor de la Monarquía Española con la Paz de Londres de 1604.
El diseño
La composición de este diseño se forma con planos técnicos vinculados a dos de las naves con más impronta histórica en aquel suceso: la galeaza napolitana Girona, vista con el tercio de su proa en perfil; y el poderosísimo galeón San Martín mostrando su popa.
La Girona, construida en honor al virrey de Nápoles y primer duque de Osuna, naufragó dramáticamente tras perder su timón e ir con el doble de capacidad tras recibir a los supervivientes de la nave Rata Santa María Encoronada (llamada así por su primer capitán, Giovanni María Ratti). En ella entregó su alma a la mar el gran Alonso Martínez de Leyva.
Respecto al San Martín, fue el buque insignia en la batalla. Había sido construido en Portugal y comandado en la jornada de las Terceras por Álvaro de Bazán Se batió con sumo brío en la batalla de Gravelinas contra una jauría; recibiendo un ferocísimo baño de fuego inglés que apenas le causó daños. Era una máquina imponente y de tecnología punta que causó la admiración de los almirantes ingleses. Logró regresar a España con la totalidad de su dotación y mando prácticamente. Al año siguiente participó en la Contraarmada poniendo en fuga a diferentes naves enemigas. Tuvo su última gran acción en 1591 apresando al Revenge en el combate de Isla de las Flores. Ya en 1593, tras una vida sin cuartel, fue devuelto a Portugal y desguazado. Con sus restos se erigió otro gigante: el San Pablo de Castilla.
Flanqueando las naves se sitúan dos emblemas con sus correspondientes nombres. El águila del pabellón de Galeones de Felipe II y la rosa Tudor como respetuosa referencia hacia los dos grandes monarcas protagonistas.
¿Y el nombre de La Invencible?
Tal como descubrió el investigador Pedro Luis Chinchilla tras un concienzudo estudio en fuentes primarias, la famosa flota lanzada contra Inglaterra fue conocida tanto por los españoles como por los propios británicos en su día y centurias después como Armada o Spanish Armada. Fue Petruccio Ubaldini, calígrafo italiano, el que a modo de anécdota socarrona le puso el famoso apelativo a la hora de traducir una carta a finales del s.XVI.
Fueron, y aquí la sorpresa, nuestros intelectuales del XIX y del XX los que potenciaron el uso de tal denominación, consolidando la idea de que el término tenía procedencia inglesa poniendo, para más inri, énfasis en que fue usado por el vulgo. Su reiteración en este error popularizó el nombre en los diferentes estratos sociales de nuestro país hasta asimilarlo como propio. Tampoco fue generalizado el uso del otro gran apelativo “Grande y Felicísima”, que apareció eventualmente y de manera sucinta en un documento luso, no siendo privativa de esta flota este tipo de coletilla.
Dedicamos con cariño este diseño a Pedro Luis Chinchilla (armadainvencible.org) por su permanente esfuerzo a la hora de poner en valor el legado de aquel suceso, recuperando de forma entusiasta los recuerdos de un enorme puzle histórico.
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