Reconquista, lengua, nuevo mundo y legado.
Legado Hispánico se enorgullece en presentar el diseño que honra el recuerdo de la que es, sin ápice de duda, una de las figuras políticas con más impronta y poder habidas en la construcción de España y, por extensión, gracias a su visión sagaz de la diplomacia, de las de mayor peso en el tejido de una Europa abierta al Renacimiento. Presentamos el diseño a la Reina Isabel “la Católica”.
Isabel nació en Madrigal de las Altas Torres, Ávila, en 1451. Mujer inteligente, generosa, de educación exquisita, piadosa, familiar y ambiciosa. Quedó jurada como heredera al trono de Castilla en el tratado de los Toros de Guisando (1468). En adelante empezarían a vislumbrarse los pilares de sus ideas de gobierno. Entre ellos, la necesidad de recortar el poder de la nobleza y reformar la relaciones con la iglesia, para esto último se valdrá de quien será después regente del Reino, el cardenal Cisneros.
Las claves de su política
Los hitos fundamentales del reinado de Isabel en el marco de su matrimonio con Fernando fueron dos: en plano interior, una vez anexionada Navarra, el objetivo prioritario fue acabar con el poder del último reducto musulmán en la Península; el reino nazarí de Granada. Y en el plano exterior, aislar a Francia mediante una serie de enlaces entre sus hijos y las casas Tudor, Avis y Habsburgo. Ambos objetivos se lograron con un más que notable éxito. En el caso francés, sin olvidar el despliegue de las campañas de Italia, donde despuntó Gonzalo Fernández de Córdoba: el Gran Capitán.
Por supuesto, la cuestión de unificar Portugal a Castilla y Aragón estuvo igualmente presente con idas y venidas permanentes, pero los fallecimientos de los diferentes herederos (Miguel, hijo de Manuel “el afortunado” e Isabel, hija de los Reyes Católicos representó la última posibilidad), truncó un anhelado deseo que, sin embargo, un siglo más tarde sí lograría llevar a cabo Felipe II.
De Granada a Ultramar
Isabel accedió a financiar el proyecto emprendedor de Cristóbal Colón teniendo éste como principales valedores de su empresa a Juan Rodríguez de Fonseca, Luis de Santángel y el Duque de Medinaceli. El Descubrimiento propició la total alteración del Tratado limítrofe de Alçazovas, por lo que Castilla y Portugal entraron de pleno en un casus belli. Pugna que ganó Castilla apelando a Roma, pues en la “ciudad eterna” ejercía su poder Alejandro Borgia, Papa español que supo leer las prioridades de una potencia en ciernes otorgando así a Castilla la fijación de un nuevo meridiano (establecido finalmente en Tordesillas a 370 leguas al oeste de Cabo Verde), junto a la bula Inter Caetera; o sea, la potestad de conquistar (vía evangelización) todo lo que España estaba dando a conocer de América. Fue Alejandro el que también, por cierto, otorgó a Isabel y Fernando los títulos de “Católicos”, que quiere decir universales.
Con el establecimiento indiano en ultramar, Isabel, arropada por los círculos más sabios del momento, no tardó en poner en marcha una legislación para proteger a los nativos de Las Antillas y así procurar que la Corona ejerciera de cortafuegos contra los abusos o desmanes de los primeros exploradores.
Entre tanto, en un ejercicio de Derecho revolucionario, equiparó jurídicamente el estatus de los pobladores originarios con los habitantes, o súbditos de Castilla. Con su política, que cerró la posibilidad al hecho de transformar el Descubrimiento en una mera empresa de explotación económica se inició, asimismo, el mestizaje y con él una dimensión social desconocida hasta entonces cuya configuración alcanza en plenitud nuestro presente.
La expulsión de los judíos y la Inquisición
La cuestión judía es siempre susceptible de reformularse con altisonancia. Decretos de expulsión han recorrido las coronas de Europa desde la pronta Edad Media. Casi todas con un cariz taxativo y violento. La española, dictada en 1492, no representó ningún éxodo (se calculan unas 50.000 personas). Lo que se buscaba con el decreto de los Reyes Católicos era su conversión y así lo eligió una gran mayoría. Muchos de los que optaron por marchar de la Península fueron al norte de Europa o a Orán y Nápoles, que estaban bajo la órbita de la Monarquía Hispánica. Las aguas de fondo para llegar a este punto fue la constante desconfianza de los cristianos viejos hacia los conversos. Denuncias del pueblo a los eclesiásticos y autoridades civiles que terminaron por elevar el problema a la más alta instancia.
Respecto al Tribunal del Santo Oficio, quedaba instaurado en 1478. A diferencia de todos los restantes en Europa, quedaba subordinado a la Corona. Su fundación, mediante la bula Exigit Sincerae Devotiois, obedecía a intentar poner freno a los focos judaizantes que estaban cogiendo peso en senos eclesiásticos como Sevilla o Salamanca.
No ha habido fémina tan poderosa en el continente antes de ella; pues fue la primera de las grandes reinas europeas. Gracias a su precoz conciencia política e innovadora visión cultural.
Fallecimiento y legado
La Reina murió en 1504, haciéndolo en Medina del Campo (Valladolid). No tuvo una noción clara de la magnitud real del Descubrimiento que, para más inri, avanzaba a un ritmo frenético. Pero la verdad histórico-política indica que Isabel dejó sentadas las bases de lo que, muy pocas décadas después, sería el Imperio Español: una entidad que logró vencer todas las distancias durante cuatro siglos y aglutinar, en torno a una misma corona, tierras y pueblos entre los que mediaban cientos de millas náuticas al albur de varios continentes.
La memoria de la reina Isabel no es inmune a ese veneno fácil y siempre carente de contexto como es la Leyenda Negra. Entender los vectores de una época y saber dilucidar las determinaciones del momento es un trabajo crucial para no hacer interpretaciones espurias. Tuvimos una mujer erigida como monarca dispuesta a hacer valer sus ideas en una órbita geopolítica que cerraba mil años de Edad Media y abría un cosmos a los nuevos paradigmas de la modernidad. Una llama que acompañaría la estela europea hasta comienzos del s. XIX.
Nuestro diseño
Nos hemos decidido a situar como centro de la composición la corona de la Reina, de gran belleza y sencillez en comparación con otras coronas coetáneas. Con el aro inferior liso y el cuerpo superior calado.
La joya se presenta custodiada por un águila real con ambas alas extendidas. Animal vinculado a Isabel desde sus tiempos de heredera (por su devoción a San Juan Evangelista) y cuya leyenda “sub umbra alarum tuarum protege nos” (protégenos bajo la sombra de tus alas) figura en sellos, monedas y otros elementos de intercambio y devoción en la madurez de la Reina.
Cierran la composición la espada, de la que se hizo ir precedida durante su nombramiento como reina, como símbolo de quien imparte justicia; y la pluma, para representar la consolidación de un fuerte cimiento cultural con figuras de la entidad de Beatriz Galindo o Antonio de Nebrija.
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