Espolón de la marina de guerra en el cenit de la tecnología ilustrada.
Legado Hispánico se enorgullece en presentar el diseño dedicado al más apabullante, ágil y admirado de los buques que forjaron el cénit tecnológico de la Real Armada Ilustrada: el navío Montañés.
Esta nave fue construida por el ingeniero Julián de Retamosa, quien había cogido el relevo del anterior ingeniero jefe de la Armada, el teniente general Romero Landa, hacedor de grandes buques como el San Ildefonso o el Argonauta.
Uno de los aspectos más singulares del marco en el que se obró el buque versa en que la idea para hacerlo realidad partió de los vecinos montañeses, o cántabros que, residentes en los virreinatos americanos, querían hacerle un regalo a la Corona por mediación del capitán José de Bustamante, famoso por haber sido uno de los comandantes de la prestigiosa Expedición Científico-política que llevó su nombre y el del italiano Malaspina.
A tal efecto se organizó una extraordinaria campaña de suscripción popular (micromecenazgo) que sufragó el montante requerido para fabricar el “buque de los mil prodigios”, como muchos lo llegaron a conocer. Nada más y nada menos que 85.912 pesos se habían logrado reunir para finales de 1791. Valdés, ministro de guerra de Carlos IV, quedó preceptivamente informado de la noticia y reunió todo el dinero ya en España. Tras la exitosa campaña asiática, en la cual la sola presencia del Montañés había causado intimidación al espacio de actuación corsario, regresó a la Península junto a las naves Santa María de la Cabeza, Nuestra Señora del Pilar, Fama y la urca Aurora.
En previsión de que estallara un conflicto con Gran Bretaña (como así fue), se le sometió a carena en El Ferrol. Era verano de 1805 y Trafalgar se dibujaba en el horizonte. En el famoso combate del 21 de octubre el buque se desenvolvió con gran destreza y estuvo armado con 80 cañones. Pudo regresar a Cádiz con un parte de bajas relativamente pequeño para la dureza extrema de la batalla. 20 fallecidos, su comandante entre ellos; y 29 heridos.
Heroicamente y soportando el fortísimo temporal que se desató en las aguas de Barbate tras el combate, el Montañes consiguió represar al Santa Ana y al Neptuno.
Sus comandantes y tripulaciones escribieron, durante los dieciséis años de existencia del buque, innumerables páginas de gloria para Cantabria y para España; exhibiendo un valor inigualable.
Sin embargo, a pesar del esfuerzo y febril entusiasmo de los santanderinos indianos, siempre fieles a la Corona y que arrastraban un idilio de dos siglos meciendo la tecnología naval del Imperio a través del Real Astillero de Guarnizo (de ahí salieron los grandes galeones de los Austrias, el Real Felipe o el San Juan Nepomuceno), la Armada decidió llevarse la construcción del flamante buque a Ferrol, donde sería botado el 14 de mayo de 1794, recibiendo la advocación de «Santo Toribio de Mogrovejo».
Una vez fue entregado a la Armada, comenzó su bautismo de fuego contra la Francia republicana, donde demostró ser un navío extremadamente maniobrable y muy veloz, navegando cuatro nudos más rápido que sus compañeros homólogos.
Una de sus acciones destacadas fue el apresamiento de la fragata gala Iphigenia en el combate que tuvo lugar en la rada de San Feliu de Guíxols (Gerona). Tiempo después el buque fue destinado al mar de China para proteger los intereses españoles en Oriente de las, por entonces cada vez más, injerencias británicas en el área de Manila. Durante un tiempo, y con base en Cavite, mantuvo a raya a los enemigos que pretendían hacerse con el comercio ultramarino en la ruta de Acapulco.
A finales de año se le repararon daños y volvió al servicio activo. En 1808, iniciada la Guerra de Independencia, participó en la rendición de la escuadra francesa de Rosilly (primer gran golpe español a los planes de Napoleón). Tras aquel hecho, tuvo que proteger los estertores del comercio virreinal mientras los ejércitos invasores hacían estragos en la Península y los ingleses pasaban a ser nuestros aliados.
Sus últimos viajes fueron precipitados pero elevaron la moral de las Juntas de Gobierno, pues en todos ellos el buque trasladó cientos de gabachos hechos prisioneros hacia diferentes geografías de control.
El brigadier, García de Quevedo, fue su último comandante.
Con su vida acabó un temporal de brutales vientos que lo estrelló contra la costa gaditana del Trocadero. Era 1810. Irrecuperable para la Armada, dado el contexto de guerra total en el que estaba España y, en un tiempo en el que el vapor comenzaba su amanecer, fue vendido en subasta pública 12 años más tarde habiendo asombrado al mismísimo dios Neptuno.
Siguiendo la línea de homenajes y guiños cinematográficos que hemos abierto en Legado Hispánico (Ponce de León y Miami es un buen ejemplo) pensamos que, dadas las características técnicas de un navío como el Montañés: rápido, cazador, imbatible y de líneas muy definitorias; nada mejor que buscar su homologación en la cultura popular mediante la nave más querida y vertiginosa del séptimo arte: el Halcón Milenario.
El concepto gráfico resulta así muy sugerente y completamente transversal; haciendo un espejo de planos entre las líneas de ingeniería extraídas del archivo de la Armada (vista de proa, con obra viva y muerta) junto al alzado del planteamiento que Joe Johnston realizó para George Lucas en el Episodio IV, “Una Nueva Esperanza”.
Este diseño se complementa con las prendas del navío San Juan Nepomuceno y el Santísima Trinidad.
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