Ilustración: tecnología, fuerza y fuego.
Nos enorgullece presentar el diseño dedicado a un navío erigido en símbolo. Y a una historia de glorias ilustradas, aventuras sin parangón y pérdidas laureadas. Nos enorgullece daros a conocer el diseño al San Juan Nepomuceno.
La Real Armada en el s.XVIII. España talasocrática.
Con el advenimiento de la dinastía de los borbones muchas de las estructuras que los tecnócratas de Carlos II habían dejado encaminadas hacia la Ilustración cobraron un fortísimo empuje. La Marina Real no iba a ser menos y, gracias al esfuerzo renovador de ministros e ingenieros, la Armada resurgió como un ave Fénix para colocarse como la segunda mayor del mundo en su función disuasoria, ofensiva y de apoyo comercial.
Para llevar aquel ambicioso proyecto centralizador a buen puerto y abandonar el “multiregnum” austracista, hombres como Bernardo Tinajero, José Patiño, ministros como el marqués de la Ensenada e ingenieros como Gaztañeta o Jorge Juan se erigieron como primeras espadas del nuevo teatro administrativo con el que abordar una Marina cuya naturaleza cuadripartita debía abarcar Europa, América, África y Asia.
Para este nuevo plan hacía falta restaurar la operatividad de viejos astilleros así como crear otros de nuevo cuño que, a lo largo del s.XVIII, se fueron acompañando de arsenales, fábricas de fundición, escuelas científicas (Real Colegio de Guardiamarinas y Cuerpo General), programas de reforestación, etc. O sea, un marco de actuación que fue recogido en un corpus que se dio a llamar Las Ordenanzas y que tuvo en los Departamentos (fueron tres penínsulares) el más vivo ejemplo de revitalización para la estrategia naval en ambos hemisferios.
Entre los espacios de construcción que alcanzaron las más altas cotas de brillantez podemos hablar de La Carraca (Cádiz), El Ferrol (Galicia), La Habana (Cuba) o El Guarnizo (Cantabria).
Santander y el astillero de El Guarnizo.
Los orígenes de este afamado astillero se remontan a la medianía del s.XVI. En 1581 Cristóbal de Barros, Superintendente de Fábricas, Montes y Plantíos de la costa cantábrica para construcciones navales de Felipe II, advirtió las favorables condiciones orográficas y óptimos recursos disponibles para levantar los galeones del Rey en Santander. A tal efecto, de allí salieron algunas de las mejores naves para la Empresa de Inglaterra de 1588. Ese empuje vio su continuidad en la siguiente centuria, haciéndose cargo El Guarnizo de la construcción de los galeones para la Carrera de Indias y la reparación de naves para el comercio de la burguesía castellana, inglesa, francesa y flamenca. Antes de comenzar un breve periodo de letargo en las postrimerías del reinado de Carlos II, los últimos barcos botados en el astillero alcanzaban un arqueo bruto de prácticamente 1.700 toneladas.
Con Felipe V ya ocupando el trono, el Real astillero de El Guarnizo volvió a surgir como pieza medular de la transformación naval española. Con una ría, la de Solía, de calado óptimo, de fácil acceso a la madera y al hierro elaborado en los centros de Liérganes y La Cavada y, además, a muy pocos kilómetros de la villa de Santander, el emplazamiento no podía ofrecer mejores garantías. Surgen así, merced a considerables inversiones públicas de la Corona, nuevos diques, gradas, almacenes, oficinas, viviendas, defensas y un cuartel para atraer y crear lo más granado en tecnología marítima.
Entre los espacios de construcción que alcanzaron las más altas cotas de brillantez podemos hablar de La Carraca (Cádiz), El Ferrol (Galicia), La Habana (Cuba) o El Guarnizo (Cantabria).
El San Juan Nepomuceno: construcción y servicio.
Este navío fue el primero de una serie de seis ideados por el ingeniero Francisco Gautier y cuyo asentista fue Manuel de Zubiría. Precisamente por su condición pionera, se ensayaron en él una serie de técnicas constructivas que diferían de las ensayadas por Jorge Juan.
Un 18 de octubre de 1766, quedaba botado el San Juan Nepomuceno habiéndose colocado su primera pieza en el verano del año anterior. Sus dimensiones fueron: una eslora de 56 metros, una manga de 14,75 y un puntal de 7,20. Tras arbolarse en El Ferrol, entró en servicio transportando un gran número de jesuítas desde España a la Santa Sede. Tras ese primer viaje, participó activamente en la Independencia de las 13 Colonias, futuros Estados Unidos, vigilando desde El Caribe el tráfico comercial y llevando tropas y pertrechos a la campaña de Gálvez.
Acabada esta sucesión de acciones y antes de pasar a la campaña de Tolón contra la Francia revolucionaria (en la que tuvo una acción muy destacada contra las baterías terrestres), fue el buque que participó en la necesitada Paz de Argel.
Después de Tolón (1793) y el consiguiente tratado de San Ildefonso, España cerró un conflicto pero abrió una nueva guerra. En este caso con Reino Unido. Aquella que llevaría al Nepumoceno hasta Trafalgar.
``Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto``
El San Juan Nepomuceno: construcción y servicio.
Al amanecer del 21 de octubre de 1805 se dieron cita en aguas gaditanas una flota combinada franco-española y una escuadra inglesa. La primera comandada por Pierre Villeneauve (inepto para el cometido, destituido por Napoleón antes de la batalla y con odio manifiesto por parte de la oficialidad española), y la segunda ordenada por Horatio Nelson. Con los ingleses en formación de dos columnas paralelas avanzando frontalmente hacia la medialuna combinada, Villeneauve ordenó virar en redondo (180⁰), con viento en contra y sin tiempo. Aquel plan desordenó por completo a la escuadra dejando vendidos muchos de los navíos al enemigo. A mediodía, Churruca, vasco y natural de la villa de Motrico, dio orden de romper fuego atrayendo a los británicos, que acudieron como hienas a por él.
En pleno infierno rojo, una bala de cañón le cercenó la pierna al brigadier que, para pasmo inglés, se negó a abandonar su puesto así como a arriar el pabellón español continuando en la toldilla y arengando a sus hombres a seguir contestando la metralla de la escuadra inglesa. Ante tal gesto, los británicos redoblaron el castigo haciendo caer sobre barco del de Motrico un manto de fuego circular proveniente de seis navíos que, atacando como perros, no cesaron la carnicería hasta dejar el Nepomuceno raso como un pontón, escupiendo litros de sangre por sus amuras y sin gobierno. Era la viva estampa del furor en la barbarie.
Cesado el fuego, había terminado la ferocísima resistencia de sus hombres a bordo, pero no la del propio barco, que se negó a hundirse siendo remolcado por los ingleses a Gibraltar